Vida de oración



Conviene orar siempre

Hay actividades que no conviene “hacer siempre”, por ejemplo, siempre comer, siempre dormir, siempre reír, siempre llorar. En cambio, la Escritura nos dice que nos conviene estar siempre orando. Será que nos va muy mal cuando no lo hacemos. Orar de todas las maneras; fijémonos en una muy sencilla: la repetición incesante del nombre de Jesús.



Haz de tu vida una continua oración

“Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10, 10). Asombrosas palabras, que se experimentan cuando oramos. Lo recuerda el Catecismo, y nos dice también que la oración es la vida del corazón nuevo. Debemos orar en todo momento, acordarnos de Dios más a menudo que de respirar. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él.



Continuo diálogo

Antes que con palabras, Jesús nos enseña con su ejemplo. “Se levantaba muy de mañana, cuando aún estaba oscuro, yéndose a lugares solitarios para orar”. Nuestra grandeza es ser interlocutores de Dios. Pero tenemos un riesgo casi imperceptible: el miedo al vacío, que buscamos llenar con imágenes y sonidos. El reto durará toda la vida.